Todos los días, al cruzar el río de camino al colegio, mirábamos con ilusión las barcas que duermen bajo Magdalen Bridge. “Tranquilos, tarde o temprano subiremos”, les decíamos a los chicos. Pues bien, hoy ha sido el día de cumplir el deseo de subir en estas barcas típicas de Inglaterra y llamadas “punt”.
A diferencia de las góndolas, estas barcas no se dirigen con un remo, sino con un largo palo que se introduce en el agua hasta tocar el lecho del río y con el que se impulsa la barca; además, se dispone de un pequeño remo con el que los tripulantes pueden ayudar a dirigir la embarcación hacia donde se desee. Suena difícil y el temor de que el “marinero” caiga al agua está presente pero, aún así, rápidamente surgen voluntarios para tripular las barcas y pronto demuestran sus dotes de capitanes de barco. Remar tampoco es fácil, pero nos vamos ayudando unos a otros y la maña de unos se suma a la fuerza de otros de manera que, contra todo pronóstico, las “punt” navegan en buena dirección.
Y cuando ya parece que lo teníamos dominado… Toca girar a la derecha. Surgen entonces las dificultades, los choques de barcas, los árboles que aparecen “de la nada” y que nos obligan a tumbarnos en la barca entre gritos y carcajadas: “¡Redirige, redirige. No, pero hacia el otro lado. Cuidado, cuidado… el árboool. Agachad las cabezas!”… Caos, risas, trabajo en equipo, y de nuevo la calma. Algunas barcas lo llevan mejor que otras y tiran de las cuerdas para ayudar a sus compañeros a desencallar; otras deciden que lo más fácil es atar dos “punts” para aprovechar el punto fuerte de ambas; y hay quien decide dejarse llevar a la deriva. Sea como sea, todas llegan a buen puerto y sin que haya caído nadie al agua. ¡Nada mal para ser nuestra primera vez!
Después de la emocionante experiencia, tenemos algo de tiempo libre antes de comer y entrar a clase. Tras la cena, como cada jueves, nos espera la discoteca para acabar, bailando, un gran día.
Mañana más, y mejor.
Saludos, Santos y Dolly.